Octubre 2015.
Con la idea de contribuir a la desestabilización de la función ideológica del cine dentro del sistema capitalista, en 1969, Narboni y Comolli, los editores de Cahiers du Cinèma, retoman, vía Louis Althusser y Jacques-Alain Miller, la idea lacaniana de que las películas no son sólo productos culturales del sistema capitalista (bienes que se producen, distribuyen y consumen), sino que son también productos discursivos. Y, en tanto que productos discursivos, las películas pueden o bien reproducir el discurso capitalista de forma “pura” o bien mantener una relación crítica y/o políticamente ambigua con el discurso capitalista (p. 24).
En función de la relación que mantienen con el discurso capitalista, distinguen Narboni y Comolli 7 tipos de películas. Voy a ocuparme aquí sólo de la quinta (la categoría e), en la medida en que en esta categoría estaría la última película de Clint Eastwood El francotirador (American Sniper).
Esta categoría “e” la forman esas películas que “a primera vista” reproducen el discurso capitalista (porque se presentan como completamente integradas en el sistema industrial y porque su punto de partida es abiertamente Republicano-reaccionario ) pero que, en realidad, revelan la existencia de un gap, de una distancia, entre el punto de partida y el producto final. Se trata de películas en las que, más allá de su aparente coherencia formal y de su unidad temática, se produce una división interna, una tensión entre lo que se quiere contar y lo que se cuenta.
En concreto, si bien estas películas pretenden construir mitos nacionales (ya sea la leyenda del presidente Lincoln o la leyenda del “francotirador Americano”), lo que realmente hacen es autoboicotear dicho proyecto (p. 27) ya que, sin pretenderlo, ofrecen una crítica profunda del personaje en cuestión y, por extensión, del discurso Republicano que lo encumbra.
¿Cómo se produce esta crítica no intencionada en El francotirador? Pues se produce porque la película, aparte de contar lo que quiere contar – la historia de un héroe y no de una guerra, según Clint Eastwood -, también cuenta lo que no quiere contar, es decir, lo reprimido; a saber: que hay una interconexión entre la escena política (la violencia salvaje en la guerra de Irak) y la escena sexual (que el francotirador no es bueno en la cama, como dice al principio la novia que le pone los cuernos).
La cuestión no es, entonces, que El francotirador nos cuente, a pesar de Clint Eastwood, que “la historia de un héroe” es “la historia de un asesino”, tal y como señalan los puritanos de izquierdas, tipo Michael Moore. La cuestión es mucho más radical: El francotirador nos cuenta que “la historia de un héroe” es “la historia de un yonkie”: no puede satisfacer a su mujer en la cama, “lo que le pone” es la guerra.