Psicoanálisis versus educación religiosa: sobre “El porvenir de una ilusión” (1927)

Psicoanálisis versus Educación Religiosa sobre el porvenir de una ilusión

Psicoanálisis versus educación religiosa: sobre El porvenir de una ilusión (Freud, 1927).

A Julia, hija de Tecla y Germán.

Los dos puntos capitales del programa pedagógico actual son el retraso de la evolución sexual y el adelanto de la influencia religiosa.
Sigmund Freud (p. 2987).

I. En el año 1927, cerca de los 71 años, Freud, que ya pensaba habitualmente en su muerte, publica en la revista Imago un texto en relación con el futuro de nuestra cultura que sorprende por su optimismo. Se trata de El porvenir de una ilusión.
La ilusión a la que Freud alude en el título es la religión. Las ideas religiosas, “que nos son presentadas como dogmas”, en realidad “son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la Humanidad” (p. 2976).
Pero la ilusión a la que también se hace referencia en el título es la ilusión del propio Freud, un ateo militante desde su época de colegial. Lo que a Freud le hace ilusión es que la ilusión religiosa, ese “dulce – o agridulce – veneno” (p. 2988), no tenga ningún futuro y que, por tanto, las doctrinas religiosas, esas “reliquias neuróticas” (p. 2985), acaben por ser abandonadas (p. 2991). A propósito de este ensayo, polémico en su época, Freud le escribe a su amigo Pfister (carta del 16 de octubre, 1927): El porvenir de una ilusión trata sobre “mi actitud absolutamente negativa con respecto a la religión”.

II. Freud mismo indica el camino a seguir para la realización de su ilusión futurista. Para acabar de lograr “desterrar la religión de nuestra civilización europea” (p. 2989), para vencer a este “enemigo”, ya decadente, es necesario arremeter contra el sistema educativo.

1. Freud denuncia, en primer lugar, que, para lograr “la sumisión del individuo a los dogmas religiosos”, se emplea la educación “abusivamente” (p. 2987).
Por medio de la educación, los individuos son sometidos tempranamente a “un régimen de restricción intelectual” para que se habitúen a “aceptar sin crítica los absurdos y las contradicciones de las doctrinas religiosas” (p. 2987). Así es cómo las ideas religiosas no dejan de ejercer una “suprema influencia”, a pesar de que “están sustraídas a las exigencias de la razón” y a pesar de “su indiscutible falta de garantía” (pp. 2975-6).
Pero es que, además, desde las instituciones educativas (escuela y familia) no sólo se practica la coerción mental religiosa y la coerción mental monárquica, “derivada de la religiosa”, sino que también se ejerce “la coerción mental sexual” como, por ejemplo, cuando se prohíbe a las niñas pequeñas ocupar su pensamiento con aquello que más les interesa: los problemas de la vida sexual. Por todo ello, nos dice Freud, no puede extrañarnos que el resultado general en nuestra civilización sea el de “la debilidad mental” de los individuos ni que se le atribuya a la mujer, en general, “una inteligencia inferior a la del hombre” (p. 2987).
Comparando la educación religiosa con una ficticia “costumbre de deformar con apretados vendajes las cabezas de los niños”, Freud defiende que la educación religiosa tiene “gran parte de culpa” en “el lamentable contraste entre la inteligencia de un niño sano y la debilidad mental del adulto medio”, y, por tanto, concluye que, si se libertara a la educación de las doctrinas religiosas, al adulto no le sería tan difícil ni dominar sus deseos instintivos de carácter destructor o anti-social, ni asumir los necesarios preceptos de la cultura por medio de los argumentos de la razón y de la inteligencia (p. 2987).

2. En segundo lugar, Freud señala “la necesidad de un progreso”: que se lleve a cabo sin dilación el intento, radicalmente político, de sustituir la educación religiosa por la educación “irreligiosa”. Defender la necesidad de esta sustitución es, de hecho, “el único propósito” de su artículo (p. 2988).
Freud, entonces, se dedica a comparar la educación religiosa imperante con la deseable educación irreligiosa.
– La educación religiosa es una educación que hunde sus raíces en “la nostalgia de un padre” (p. 2972) que nos pudiese proteger de “las consecuencias de la impotencia humana” (p. 2973) espantando “los terrores de la Naturaleza”, conciliándonos “con la crueldad del destino, especialmente tal y como se manifiesta en la muerte” y compensándonos de “los dolores y las privaciones que la vida civilizada en común” nos impone (p. 2969). Es, por tanto, la educación religiosa una educación que favorece “el infantilismo” (p. 2988).
A los hombres y mujeres de nuestra “actual civilización blanca, cristiana” se les mantiene en un estado infantil por medio de las representaciones religiosas, representaciones nacidas “de la necesidad de hacer tolerable la indefensión humana” y formadas “con el material extraído del recuerdo de la indefensión de nuestra propia infancia individual y de la infancia de la Humanidad” (p. 2970). Pero como, precisamente, no resulta “tarea fácil” defender el valor de estas representaciones “de la constante contradicción” en la que entran con “la experiencia cotidiana” (p. 2971), su permanencia se ha tenido que ir reforzando por medio de:

a) la pura y dura represión de cualquier crítica con respecto a su valor cultural-artístico, para que así puedan seguir pasando “por ser el tesoro más precioso de la civilización, lo más valioso que la misma puede ofrecer a sus partícipes” (p. 2971).

b) la propagación de la idea falaz de que ‘la historia de la religión’ implica una evolución. Señala Freud que si bien el pueblo egipcio, el primero que consiguió la condensación del politeísmo en un único dios, “se mostró muy orgulloso de tal progreso […] en el fondo, esto no significa sino un retroceso a los comienzos históricos de la idea de Dios. No habiendo ya más que un solo y único Dios, las relaciones con él pudieron recobrar todo el fervor y toda la intensidad de las relaciones infantiles del individuo con su padre” (p. 2970).

c) la reiteración del prejuicio paternalista y moralista de que “el hombre no puede prescindir del consuelo de la ilusión religiosa” porque sin dicho consuelo “le sería imposible soportar el peso de la vida y las crueldades de la realidad”. Sin embargo, para no incurrir en la “crueldad” de dejar a los hombres sin consuelo frente a los duros golpes que propina la vida, nada nos impide sustituir el efecto delirante del consuelo religioso por el efecto placentero de “un poderoso narcótico” (p. 2988).
d) la justificación hipócrita de que los hombres se esfuerzan en dominar sus “instintos asociales” y en cumplir con los preceptos necesarios para el mantenimiento de la cultura y el progreso de la labor cultural sólo porque están sometidos a las doctrinas religiosas. En realidad, no sólo “es dudoso que en la época de la supremacía ilimitada de las doctrinas religiosas” fueran los hombres “más morales” sino que además “es sabido que los sacerdotes sólo han podido mantener la sumisión religiosa de las colectividades haciendo grandes concesiones a la naturaleza instintiva de la Humanidad” (p. 2981).
– La educación irreligiosa, por el contrario, sería una educación que iría a favor de una progresiva “renuncia a los deseos [infantiles]” y a favor de “la aceptación del destino” (p. 2980).

Se trata de una educación que sustituye “la represión” (esto es, la “rigidez”, la “intolerancia” y la imposición de “prohibiciones” sustraídas a la posibilidad de crítica) por “una labor mental racional” (p. 2985), una “primacía del intelecto”, un permitir que el desarrollo propio del niño siga su curso libre de “guía” (p. 2989), un decirle al niño “la verdad” sin disimularla “con un ropaje simbólico” como si el niño no fuese a darse cuenta “de que se le oculta algo” (p. 2985) y y un “no negar al niño el conocimiento de las circunstancias reales, en una medida proporcional a su nivel intelectual” (p. 2986).

Se trata, por tanto, de una “educación para la realidad” (p. 2988), de una educación que vaya enseñando al niño a afrontar el hecho de que “la vida es difícil de soportar” (p. 2968), ya que “el hombre no puede permanecer eternamente niño, tiene que salir algún día a la vida, a la dura ‘vida enemiga'” (p. 2988).
Freud reconoce que el niño que sea educado de forma irreligiosa se hallará en una situación “más difícil” que aquellos que hayan contraído “la general neurosis religiosa”, de carácter obsesivo, porque tendrá que reconocer “su impotencia y su infinita pequeñez”. Pero esta “dura prueba” (“la conciencia” de que en la vida sólo pondrá contar con sus “propias fuerzas”) tiene, por lo menos, “la ventaja” de que le enseña que hay que aprender a emplear las propias fuerzas “con acierto”. Y “por lo que respecta a lo inevitable, al destino inexorable, contra el cual nada puede ayudarle, aprenderá a aceptarlo y soportarlo sin rebeldía” (p. 2988).
Es decir, que, según Freud, gracias a una educación irreligiosa, los niños aprenderán a aceptar “la pequeñez y la impotencia humanas”, sin tener que desarrollar el sentido de “la religiosidad”, el cual, en esencia, consiste en “la reacción que busca un auxilio” contra ellas (p. 2978).
Los educados de forma irreligiosa, como se habrán librado del sometimiento a restricciones intelectuales, ni siquiera caerán en la trampa de buscar el auxilio de “los filósofos”, quienes, forzando “el significado de las palabras hasta que no conservan nada de su primitivo sentido”, y haciéndose, por tanto, culpables “de un sinnúmero de insinceridades y de vicios intelectuales”, dan “el nombre de ‘Dios’ a una vaga abstracción por ellos creada y se presentan ante el mundo como deístas, jactándose de haber descubierto un concepto mucho más elevado y puro de Dios, aunque su Dios no es ya más que una sombra inexistente” (p. 2978).

3. En tercer lugar, Freud, aboga por la necesidad de intentar el ensayo de una educación irreligiosa porque esto ayudará a ‘destruir’ “las actuales relaciones entre la civilización y la religión” (p. 2980), relaciones que están haciendo “muy espinosa la tarea de distinguir lo que Dios mismo nos exige de los preceptos emanados de la autoridad de un parlamento omnipotente”, ya que “el carácter de sagrado e intangible de las cosas ultraterrenas se ha extendido, por una especie de difusión o infección desde algunas grandes prohibiciones”, fundamentales para el mantenimiento de la cultura, a instituciones, leyes, normas y ordenanzas contingentes, contradictorias e imperfectas. Por tanto, “sería muy conveniente dejar a Dios en sus divinos cielos y reconocer honradamente el origen puramente humano de los preceptos e instituciones de la civilización” (p. 2983).
Además, sustituyendo la “pretendida santidad” de los preceptos culturales por su “fundamento racional” (“hacer posible la vida en común” [p. 2962]), desaparecería también “la rigidez y la inmutabilidad de todos estos mandamientos y los hombres llegarían a creer que tales preceptos no habían sido creados tanto para regirlos como para apoyar y servir sus intereses, adoptando una actitud más amistosa ante ellos y tenderían antes a perfeccionarlos que a derrocarlos, todo lo cual constituiría un importante progreso hacia la reconciliación del individuo con la presión de la civilización” (pp. 2983-4).

III. Freud es consciente de que su “optimismo” –”el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento” (p. 2985)– puede ser “injustificado” y de que “las esperanzas” que confiesa –”las nuevas generaciones, sobre las cuales no se haya ejercido en la infancia influencia alguna religiosa, alcanzarán fácilmente la ansiada primacía de la inteligencia sobre la vida instintiva” (p. 2989)– pueden ser “también de naturaleza ilusoria” (p. 2990): “es posible que los efectos de la prohibición religiosa impuesta al pensamiento no sean tan perjudiciales como suponemos” (p. 2987).
No obstante, existen diferencias claras y notorias entre la ilusión religiosa y la freudiana. Tres son las diferencias.

Primera, la ilusión freudiana no integra un “carácter obsesivo”, esto es, no se trata de una ilusión neurótica.

Segunda, la ilusión freudiana no conlleva “castigo alguno” ni desplazamiento social para quien no la comparte.

Tercera, la ilusión freudiana no es “irrectificable”, ya que si, tras llevar a cabo en la realidad la tentativa de una educación irreligiosa (sólo el intentarlo “abre una puerta a la esperanza”, p. 2987), se demuestra que se ha equivocado, Freud nos insta a renunciar a esta ilusión (p. 2990).

Biblio:
-Sigmund Freud: El futuro de una ilusión (1927), en Obras Completas. Biblioteca Nueva.
– Peter Gay: Freud. Una vida de nuestro tiempo. Paidós, Barcelona, Buenos Aires, México, 1989.