A partir de la clase de Colette Soler “El reverso de la crisis”, en el Colegio de Psicoanálisis de Madrid, 6 de octubre, 2012.
A Gonzalo Negreira, con gratitud.
El psicoanálisis se apoya, trabaja, sobre dos reales.
Directamente se orienta por lo real del Inconsciente e, indirectamente, también se orienta por lo real del capitalismo.
Lo real es lo que hace objeción, lo que agujerea, un discurso. Es lo imposible de un discurso, lo que un discurso no puede escribir.
Lo real del discurso inconsciente es el sexo. Lo que el discurso inconsciente no puede escribir, lo que no puede representar, es la relación sexual. Pesa sobre lo imaginario-simbólico una “maldición sobre el sexo”. Este es el meollo del ‘mal-estar en la cultura’. A la afirmación de Freud de que hay una falta de satisfacción que “es inherente a la propia esencia de la función sexual”, Lacan añade que esta falta es estructural y que se trata de una falta que hace referencia al hecho de que no se puede bien-decir la relación sexual, que sólo se puede mal-decirla, ya que en el sexo uno no se encuentra con el Otro (con el Otro sujeto) sino que se encuentra con su propio goce, lo cual es, precisamente, lo que imposibilita que se relacione con el Otro. Como dice George Bataille: “el erotismo conduce a la soledad”. El goce es, pues, lo que hace imposible que el sexo, sin el cual no hay relación sexual, de lugar a una relación sexual bien dicha, ben-dita, anhelo religioso del que te puedes liberar cuando sabes que el goce sexual, si bien conlleva la soledad, es lo que cada uno tiene de más real, es decir, lo que cada uno tiene como fuente original de la creatividad.
Lo real del capitalismo es lo social. Lo que el discurso capitalista no puede escribir es la relación social. Hay en el capitalismo, que es lo que ordena la realidad no sólo económica, una verdad ‘oculta’: que todos (capitalistas y trabajadores) somos proletarios. Este es el meollo del malestar social. El discurso capitalista no puede escribir la relación social porque, bajo el capitalismo, no hay un Otro, una pareja, del proletario. El discurso capitalista sólo escribe el lazo, la relación, entre un sujeto (proletario) y un objeto (a producir/a consumir).
Lo que Lacan, en parte, propuso, siguiendo a Freud, es que el psicoanálisis no sea una terapia (aunque tenga efectos terapéuticos) sino que sea un discurso amoroso ‘clandestino’ que vaya en contra de la imposibilidad del lazo social en el capitalismo. El hecho de que transformar el mundo económico del capitalismo no parezca posible no quiere decir que no haya una salida, un exilio, para cada persona, del discurso capitalista. Esta salida se halla en los lazos amorosos, en las relaciones sociales. En sí mismo el lazo, el vínculo, social-amoroso entre un sujeto y Otro va en contra del estatuto del proletario, del estatuto del sujeto que, como no tiene nada para hacer lazo social, dedica la totalidad de su vida a satisfacer la maquinaria capitalista que es la maquinaria del producir-consumir.
Por medio del lazo amoroso que se establece entre psicoanalista y analizante, el psicoanálisis enfrenta al sujeto con lo real del sexo, con lo real del goce que agujerea al discurso inconsciente: ‘no hay relación sexual’. Enfrentarse con este mal-estar sexual que es “incurable” es, no obstante, encontrar “un pequeño antídoto” frente al mal-estar social en el capitalismo, frente al hecho de ser proletario.
Se trata, pues, de salirse del ‘no hay relación social’ (propio del discurso capitalista) estableciendo relaciones amorosas, vínculos sociales, con los Otros así como de suplir el ‘no hay relación sexual’ (propio del discurso del inconsciente, agujereado por el goce) con un lanzarse en plancha a ese Pozo del Gozo que es también el Pozo de la Creación.